Han pasado demasiados días en los que no he escrito nada. Siendo un estudiante de periodismo esto es más que un pecado y debería incluso ser castigado. Pero sobrevivir en Israel me ha llevado a alejarme un poco del teclado de mi ordenador y vivir nuevas experiencias.
Llevo aquí tres semanas. Aún recuerdo el 7 de agosto día en el que llegué al aeropuerto de Ben Gurión en la ciudad de Tel Aviv. Ese domingo fue un día duro. Tras pasar más de cuatro horas de control de seguridad en el aeropuerto de Madrid, Barajas, ser interrogado por los trabajadores de la compañía El Al y que todo mi equipaje fuera observado al detalle, por fin conseguí llegar a Tel Aviv. Eso sí, mi viaje aún no había acabado, tenía que llegar a la ciudad de Beersheba, a una hora y media del aeropuerto.
Mis principales problemas: el hebreo, el choque cultural ( ver una gran cantidad de soldados en los trenes con armas resulta chocante para un europeo) y el shock de sentir que tu vida va a cambiar de golpe.
El viaje en tren fue horrible, no sabía si estaba en el tren adecuado, estaba nervioso, incluso asustado, observaba todo al detalle aunque desconocía el paisaje que me rodeaba. Iba en un tren cuyas únicas vistas eran la oscuridad de la noche, aquí se pone el sol sobre las 19:00, los israelís escuchando música en sus teléfonos ( de los que nunca se despegan) y mi equipaje.
Tras ese horrible trayecto llegué a Beersheba a las diez de la noche. No tenía teléfono móvil para llamar a la única persona que conocía en la ciudad y me podía ayudar: Tania. Conseguí que una chica me dejara su móvil para llamar pero Tania no contestó. Al segundo intento conseguí hablar con mi amiga:
“Tania, acabo de llegar, aún no he hablado con mi casera pero tienes que ayudarme rápido porque temo que hoy puedo dormir en la calle”
Con estas palabras le expliqué una gran verdad, corría el riesgo de ser un 'homeless' en Israel. Con la llegada de Tania a la estación llegamos a la situación más crítica al llamar a la casera:
“ Lo siento pero hoy no le podemos dar las llaves, es demasiado tarde y habíamos quedado a las siete de la tarde, mañana le damos las llaves"
Bienvenido a Israel, pensé, ya estás oficialmente en la calle. Afortunadamente las dotes negociadoras de mi amiga junto a mi extrema situación ayudaron a ablandar el corazón de Hanna, la casera, que envió a su marido al apartamento para darme las llaves.
El apartamento...'apasionante'.Sin lavadora, sin internet, sin sabanas, la cocina de 'Cuéntame cómo pasó' o peor, la bañera con grandes manchas negras que no dejaban ver ni el blanco de la bañera, hormigas. Todo lo que te puedes imaginar en una pesadilla, todo, aquí se encontraba.
Y ahora que ya han pasado un par de semanas ya he aprendido a vivir con menos cosas, adaptándome a la comida, a este apartamento, a estas calles, a este idioma y hasta a los cohetes que nos llegan de la franja de Gaza, que se encuentra a una media hora en coche desde Beersheba.
Precismente hoy he vivido mi cuarta alarma. El sistema que tienen aquí para alertar a la gente funciona así: suena durante sesenta segundos una fuerte alarma, en ese tiempo debes refugiarte en algún lugar donde al menos te separen dos paredes del muro que de a la calle, te pones a cubierto, escuchas el “boum” y luego esperas unos cinco minutos y ya puedes respirar tranquilo.
Hoy hemos tenido dos muy seguidas durante la noche. La segunda fue especialmente interesante. En el apartamento nos encontrábamos uno de mis amigos, Théo, mi compañero de piso, Constantine, y dos amigos suyos. Todos salimos corriendo de las habitaciones y nos dirigimos al lugar más “seguro” de la casa: un pequeño armario en el que apenas entramos los 5.
Calle Bialik 11 y mi 'refugio' anti cohetes
La experiencia de estar encerrados en este 'refugio' cinco minutos esperando el sonido de un cohete aterrizar en algún lugar de tu ciudad no es un plato de buen gusto para nadie. Eso sí, pasar un tiempo aquí la gente dice que incluso es un buen momento para “fabricar” anécdotas que contar a tus nietos y que te terminas acostumbrando.
Hoy decidimos tomarnoslo de buen humor y hasta sacamos una foto a los cinco encerrados. Todos preparados para ir a domir, ya eran las doce de la noche, los amigos de mi compañero de piso y Constantine ya llevaban alguna cerveza encima y a mi aún me quedaban por hacer mis deberes de hebreo. Sin duda un momento para recordar y sobre todo para contar.
Como estos momentos hay muchos más que os iré contando.Estas tres semanas han dado para tanto que si me pongo a escribir no paro. Aún así, tengo que acostarme y aprovechar las horas en las que no nos envíen misiles para poder dormir tranquilo. Quizás en unas horas una nueva sirena vuelva a interrumpir la tranquilidad de Beersheva. Esperemos que no.
Mateo Rouco
Estudiante erasmus en Israel.
Colaborador de Expansión desde Oriente Medio.