Estoy sentado en el medio de una de las principales avenidas de la ciudad de Beersheba al sur de Israel. Tranquilos, no me he vuelto loco, no quiero suicidarme y ningún coche va a atropéllame porque hoy es Yomkipur.
El país se paraliza, la circulación en coche está prohibida desde la puesta de sol del viernes 7 de octubre hasta el ocaso del día siguiente. Los niños salen a las calles con sus bicicletas, las madres pasean con sus carritos por el medio de las grandes avenidas. Los ancianos hacen su paseo diario pero hoy ocupan las carreteras. Hoy mandan ellos.
Los coches aparcados, las bocinas descansando, las sirenas no suenan. Todo es calma y relajación. Las ciudades se transforman en lugares tranquilos, sin ruido. Yo experimento el gusto de caminar por el medio y medio de la carretera. Me siento extraño y ,a veces, no puedo evitar mirar de reojo “no vaya a ser…” aunque también me emociona la idea de hacer lo que día a día está prohibido.
La emoción de lo prohibido se mezcla con el hartazgo provocado por el exceso de tranquilidad y de fiestas religiosas. Festividades que son capaces de paralizar un país completo y de condicionar la libertad de aquellos que , a pesar de no ser religiosos, deben seguir la ruta marcada por la sociedad.
Hoy, momento en el que los judíos celebran el día del perdón o del arrepentimiento, buena parte de la sociedad isralí ayuna. Según una encuesta publicada por un periódico local un 58% de la población no comerá ni beberá durante esta jornada. Los más religiosos también prescindirán del uso de aparatos eléctricos.
Afortunadamente ( para mí) ya son las cinco de la tarde, comienza la puesta de sol y con ella el fin del Yomkipur, me levanto del suelo e inicio el camino de vuelta a casa. En pocos minutos los coches volverán a las carreteras y al fin estaremos otra vez en el siglo XXI...
"Shalom, shalom Yomkipur"
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