Estábamos en París, al borde del río Sena, donde estos días todo buen parisino acude con sus amigos, descorcha una botella de vino, tiende una pequeña manta sobre el suelo, y disfruta de los días de calor celebrando un buen picnic. Théo, uno de mis grandes amigos de Israel, estaba sentado frente al río, hablando conmigo y preguntando por qué ya no escribo en mi blog, por qué no digo nada. Adrián, otro de mis mejores amigos en Israel, con el que viajé a Hebrón, a Nablus, a Ramallah, con quien celebré múltiples fiestas en Tel Aviv, también me pregruntó por el blog. No les gusta que esté muerto.
Pasaron los días, días de escritura, de soledad provocada, de paseos interminables por los jardines de Luxemburgo, pasaron horas y horas en las que he aprovechado para pensar, para descubrir París, la ciudad en la que siempre quise vivir. El tiempo pasaba y yo sentía que tenia que volver de nuevo aquí, a mi blog.
Llegar a la ciudad ha supuesto una reconexión total con Oriente. Amigos, historias, experiencias, ser un extranjero de nuevo, cenar con una pareja judía en shabat, hablar sobre la guerra a orillas del Sena y explicarle a los parisinos cómo es vivir en Beersheba, encontrar a mis amigos, con los que he viajado por los territorios palestinos, pasar momentos en los que recordamos tiempos pasados, estar de nuevo ante una situación desconocida, con un futuro incierto... Todo me recuerda a Israel.
En Paris escribo sobre Tel Aviv, Beersheba, Jerusalén, Haifa, El Cairo, Madrid, Santiago...Viajo al pasado, avanzo en mi libro, me aíslo de Madrid, del mundo.
Mis días en París son tranquilos, disfruto, hago deporte en la piscina que está al lado de mi casa, visito de vez en cuando el maravilloso cementerio de Montparnasse y siempre aprovecho para recorrer en bici la ciudad. Adoro poder evitar a diario el metro. De hecho, hasta ahora presumo ante todo el mundo de haber viajado en metro un solo día. A menudo viajo en bici por París, esquivo taxis, me asusto con los buses, me enfado con los peatones, entes incómodos para aquellos que andamos en bicicleta, y respiro los humos de muchos de los coches que circulan por la ciudad. Recorro con frecuencia las orillas del Sena, visito cuando quiero el
centro Pompidu, gratuito para jóvenes, y si algún día me aburro pedaleo hasta un maravilloso jardín situado en el
Musée Des Arts Premiers de París. Allí leo bajo la atenta mirada de la Torre Eiffel, alejado de las masas de turistas, rodeado por pájaros y patos. Es un jardín encantador poco conocido por los incómodos turistas. Cada día que salgo en bicicleta me siento un aventurero que descubre la jungla urbana de París.
La vida aquí me gusta, me atrae, me llena. Incluso me siento más sano que en Madrid. Salgo menos, bebo menos, leo más, escribo más, conozco gente interesante y crezco como persona.
Hace ya cinco meses que he dejado Israel. Ahora vivo en París, lugar desde el que escribo y avanzo en la escritura de mi libro. Hasta que nazca mi único objetivo vital será escribir. No habrá más objetivos ni más metas o ambiciones. Solo escribir.
Cuando haya acabado os aviso.
Un abrazo a todos